Page 108 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
Torre Pil que cuenta...», ¿Como dijo usted que se llamaba?
¿Julia? «Ah,que cuenta Julia, peor les pasó a esos», piensa
Rojas mientras algo gelatinoso empieza a bajarle por la
espalda, algo como una cucaracha húmeda.
Afuera, alguien comentaba como harían esos cristianos
que estaban encerrados allí —o allá, arriba— para alcanzar
de nuevo a Caracas y marchar con ella codo a codo. El gratuito
comentarista sostenía que Caracas, ciudad jodía, andaba
siempre como desesperada, impaciente, a una velocidad
injustificada y absurda, detal suerte que el presente caducaba
en cuestión de un hola, de un adiós, un chao, un pestañeo
y el futuro se hacía presente con la misma facilidad que el
pasado se hacía remoto. En el espacio, Caracas se salía cada
vez más de sus límites, hacia afuera, como si se rechazara
o huyera despavorida, de sí misma: autofuga (o fuga en
auto) dolorosa y viciosa. En el tiempo, pegaba saltos
espectaculares y anárquicos, corría hacia adelante con
desesperado frenesí y más de una vez había retrocedido
hacia el pasado intempestivamente —alguien la llamó
la ciudad-cangrejo—, desorientada. Y los cristianos que
estaban encerrados adentro ya le habían perdido media
hora a Caracas, media-hora, tiempo más que suficiente
para que la ciudad loca y divina hubiese experimentado la
más formidable metamorfosis. Afuera: la vida a marcha
acelerada. Adentro: la vida detenida en el hueco, frío y
enrarecido, del hexaedro, oh pobres cristianos atrapados.
Adentro: el párvulo pensaba todo lo contrario, la vida
no estaba detenida en el hexaedro, incierto, falso de toda
falsedad. Allí estaba la mosca corriendo con todos los
riesgos para procurarse el alimento, allí cerca de la I de la
palabra OVNI. Relativamente lejos, en la A de la palabra
ASCENSORES, la araña hacía peripecias para atrapar
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