Page 105 - Sábado que nunca llega
P. 105
sábado que nunca llega
Pero la ascensorista no suspendería su lectura. Ahora
la araña que cazaba a la mosca se dejaba venir de medio
lado, moviendo los pelos de las patas imperceptiblemente,
hecha la sueca, mosca, siempre de medio lado, como
quien no quiere la mosca. La mosca chupaba algo cerca
de la letra I, paterrolo, como si ignorara la presencia de
la araña ahí, sobre la A, esperando nada más llegar a la
última S para saltar, zuás, saltar. El párvulo seguía los
delicados movimientos de la araña enternecido y con
interés: «Y pensar —pensó— que todo es por procurarse
la alimentación, todo ese teatro por el alimento (cena de
mosca), y la mosca todo ese riesgo por el alimento también».
El párvulo estaba de verdad emocionado, solidarizado con
las arañas y a la vez con la mosca, extraña solidaridad,
aunque estaba convencido de que al final se impondría la
aplastante teoría darwiniana, qué hacerle. A lo lejos, la otra
araña observaba, planeaba algo; el párvulo miraba.
El ascensor no daba pararriba ni parabajo, lo que se
respiraba se estaba tornando un poco raro, el calor ladillaba.
Rojas quitó el índice derecho del botón y apretó con el de
la mano izquierda, oportuno relevo para evitar la ampolla
en la yema. La Julia contó cómo la otra vez se mataron
varias personas —por desprendimiento de las vísceras—,
cuando al ascensor de la Torre Pil se le reventaron las
guayas. Y eso que no estaban trancados en el piso 16 sino
en el 10. Eran las cinco de la tarde y siete personas se
habían quedado trancadas en el 10. Afuera y en todos los
pisos se dejaba oír la alarma desesperada, como se debe
estar oyendo ahora. El tráfico estaba embotellado, lo que
justificaba trágicamente la tardanza de los bomberos. Una
frase subía y bajaba por toda la Torre Pil: «Están unos
trancados en el 10». De repente la alarma se desgarró
95