Page 107 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              oportunidad. Dulce es más dulce de cerca, cerquita. Ella
              frustra frases ardientes que se deshacen apenas intentan
              salir de su boca, se deshacen letra a letra. Por fin Dulce
              lo aceptará definitivamente, en forma total; se terminó
              el amor por cuotas. «Esta oportunidad no me la pierdo
              yo, de aquí para el hotel o no soy Raúl Rojas, o no soy».
              Dulce tiembla levemente como si de repente descubriera
              tesoros desconocidos de la carne, divinidades presentidas
              algunas noches a solas y ahora hechas realidad, explosiones
              sensitivas que en vez de dañar, agradan, satisfacen: «La
              felicidad, esto debe ser la felicidad», gime Dulce. Rojas
              siente el aliento tibio sobre el pecho y presiente el hecho
              consumado. Sus dedos recorren los glúteos dulcíneos
              glotonamente, ondulaciones pronunciadas que dan paso
              a su mano, espuma de champaña derramada. Dulce y él,
              no hay nada que hacer y siente el aliento de Dulce sobre
              el pecho. Salen del autocine y se dirigen al hotel. Bajan del
              fiat fundidos en uno solo. «Esta oportunidad sí que no».
              Rojas levanta el brazo y aprieta el botón del timbre, aprieta
              y aprieta y mira a (la Julia) Dulce, golpea con el puño la
              puerta del hotel, golpea y la ascensorista que le grita:
                  —¡Carajo, a poco cree que el ascensor es suyo! ¿Es que
              piensa reventar la alarma? Paciencia, que por esos golpes
              los bomberos no van a llegar más rápido, adiós, no digo yo.
                  Sorprendido, Rojas quita el dedo del botón y maldice,
              ve la hora: 6 p.m., piensa en su mala racha: si ya casi iba a
              tomar el otro ascensor pero no, la mala racha, lo vio muy
              lleno y ahora se encuentra encerrado como un flamante
              estúpido. Seis de la tarde, oportunidad perdida, es la tercera
              vez que le echa el carro a Dulce.«Maldita sea, como es
              verdad que un ascensor puede cambiar todo el curso de un
              día, hexaedro maldito…, bueno, peor les pasó a los de la

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