Page 111 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              español y se apresuró a rodar un poco a la dama desmayada
              para darle cupo al español desmayado. «Si esto no es vida,
              ¿qué carajos es entonces?», se decía el párvulo mientras
              acomodaba a la dama desmayada y sentía la carne fresca
              de sus senos tibios en la cómplice palma de sus manos.
              Al darse cuenta de que la ascensorista lo miraba feo, con
              una mirada victoriana, soltó a la dama y volvió a su puesto
              de observación de las arañas y la mosca. Por cierto que la
              araña que cazaba a la mosca ya estaba en la primera E de
              ASCENSORES; a esa distancia el salto sería definitivo
              y la mosca que no se daba cuenta, la mosca que va a ser
              disecada, convertida en una momia de mosca y todo por
              no darse cuenta de que la araña en la E está demasiado
              cerca, a un salto apenas. Pero la otra araña tampoco ha
              perdido el tiempo y está a un pelo de la A, lista también
              para el gran salto del asalto al sexo; extraño suceder en el
              hexaedro colgando de dos guayas.
                  —El futurólogo —la ascensorista ya no lee, comenta—
              no se puede equivocar, la tercera guerra es un hecho.
              Fíjense ustedes que anunció la muerte de los hermanos
              Kennedy (acontecimientos que debieron prever todos los
              pitonisos serios, que se precien), el terremoto que junto
              con Somoza acabó con Managua (ídem) y la caída de
              muchos aviones y presidentes, siempre pegándola. Él es
              un científico serio, señores, ¿qué se creen ustedes? Trabaja
              con los astros y la parapsicología, es un vidente iluminado
              por los dos anillos de Saturno; el fin del mundo es un
              hecho, ahí no hay pele posible.
                  El español no escuchó nada.
                  —Pura cienciaficción —el párvulo sostuvo sin pes-
              tañear la atroz mirada de la ascensorista—, puros mojones
              pseudocientíficos, misia, no se los deje montar, no se deje.

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