Page 112 - Sábado que nunca llega
P. 112
earle herrera
De súbito, Rojas soltó el botón. El hexaedro donde
estaban metidos empezó a bajar, con un movimiento
tecnológicamente normal, sereno. La Julia llenó todo el
hueco del ascensor con una carcajada histérica de pánico
contenido. El español desmayado se levantó, no estaba
desmayado sino que todo había sido un deseo suyo
bien fingido, miró a la ascensorista que lo miraba y sus
miradas encontradas fueron como dos osos enemigos
que se abrazan. La dama de los hermosos glúteos seguía
desmayada, no daba señales de nada. Al párvulo, una
nubecilla le ensombreció la cara, se puso triste. Para él, todos
estaban de lo mejor allí (o no peor que los que llevaban
horas embotellados en el maremágnum automotor de la
ciudad), todos solidarizados en el hueco del hexaedro, ¿por
qué entonces esa prisa por bajar? Pensó: «El joder de los
bomberos».
El ascensor se abrió con melosa coquetería tecnológica.
Dos bomberos sacaron a la dama desmayada, esta parte no
se la iba a perder, con la abnegada ayuda del párvulo. Rojas
y la Julia salieron juntos, a concretar algunas miradas acaso,
tal vez a hacerle el quite a Dulce. El español desapareció,
nadie supo cuándo, dejando su juramento de regresar de
inmediato a Tenerife retumbando en el hexaedro, que
ya no era tal porque al abrirse había perdido una de sus
caras pero. «A ponerse codo a codo con Caracas», repetía
en la PB, como en un bis interminable, el comentarista
gratuito. El párvulo desde afuera miraba hacia adentro.
Vio a la araña saltar, zuás, y caer sobre la mosca. Casi
simultáneamente saltó la otra araña, zuás, y cayó sobre
la araña que cayó sobre la mosca. El párvulo miraba
enternecido. Una mosca moría procurándose el alimento,
debajo de un coito arácnido, oh destino burlón. Una
102