Page 117 - Sábado que nunca llega
P. 117

¿A dónde va el niño de apenas diez años con esa gorda
              y pesada culebra enrollada en el cuerpo, dando traspiés
              como un borracho y bamboleándose al igual que los seis
              cargadores que parecen divertirse meciendo la urna del
              amigo muerto? ¿A dónde con su extraña carga, por solitarios
              caminos de día y de noche, sudando permanentemente y
              con los ojos lagrimosos y hondamente tristes y tristemente
              rojos? ¿A dónde y quién y qué lo espera en la próxima
              noche o en el siguiente amanecer? ¿A dónde. . .
                  . . . va, holgazán como flaco y verdoso y jipato, transitando
              a la deriva, en un zigzag alocado, caminos y veredas, villas
              y villorrios, bamboleante y sin norte, con la larga y
              somnolienta culebra enrrollada en el cuerpo y su cabezota
              rozando con la vítrea cabeza del ensalmado ofidio, camino
              de quién sabe?
                  Como un aparecido va, como una extraña criatura
              mitad niño mitad culebra, por todos los caminos, va.
                  Su sonrisa es agradable pero su risa, chocante, porque
              deja ver unos dientes negruzcos, atrofiados, de ratón. Tiene
              vagos los ojos de animalito asustado, de pájaro maltrecho.
              Desganada, la voz le sale flaca, enclenquecida por hambres
              atrasadas, intrauterinas, heredadas. Ensortijado, sucio y
              abundante, el pelo es lo que tiene más cercano a la fuerza,
              a la vida; en cambio las canillas son como dos cables y los
              brazos, alambres, hambre, calambre.

                                        107
   112   113   114   115   116   117   118   119   120   121   122