Page 118 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
Nunca ha visto la luz en su color natural, plena, a
plena luz, porque su fuerza visual no alcanza a disipar
una niebla persistente, motas de algodón en el aire, tenues
colores que nunca llegan a manifestarse vivamente. Por
eso, después del mediodía, la noche cae de seguida sobre él
y jamás ha podido ver, contemplar, vivir la tarde, ninguna
tarde, ni siquiera las del abril pasado que fueron tan plenas
en colores, matices, crepúsculos, deslumbrantes tardes de
esplendor y de luz. ¿Y una mañana, un amanecer? Nunca.
Siempre el mediodía neblinoso, borroso, desmayado y la
noche sobre todo, constantemente allí, como acechándolo.
Respondía todo él a un nombre demasiado largo y
pesado para llevarlo completo, Juan José de Dios y de Jesús,
por lo que la gente, para no cargarle mucho la atención,
lo llama Cerote y él aceptaba tranquilo el sobrenombre.
Cerote empezaron a llamarlo en la escuela desde la
primera vez que lo miraron sus compañeros, todo por
culpa de la maestra. Media hora después de la campana
de entrada, se asomó a la puerta del aula como espantado.
«Budía», fue lo que alcanzó a decir y risas. Sus nuevos
compañeros se volvieron hacia la puerta y allí descubrieron
las dos canillas que salían de unos pantalones chucutos que
parecían más anchos de lo que en realidad eran. Y risas.
Descubrieron también una cara sin ojos o con los ojos
demasiado hondos, amarilla como la de un chino y casi
transparente. Y risas. Descubrieron aquel par de brazos,
bracitos, que colgaban de unos hombros huesudos y caídos.
Y risas. «Budía», repitió débilmente y risas otra vez.
Desde el cielo, al menos él creía que estaba en el cielo,
la maestra le dijo que pase mijo, venga acá y ustedes se
callan, mal educados. Lo miró un rato y luego le dijo que
de ahora en adelante debía bañarse todos los días antes de
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