Page 119 - Sábado que nunca llega
P. 119

sábado que nunca llega


              venir para la escuela, porque si no, esos cerotes que tenía
              en el pescuezo y en todo el cuerpo se lo iban a comer.
              Los alumnos captaron la palabrita y rieron por lo bajo e
              hicieron circular un papel de recibimiento: «Vienbenido
              Zerote». Y su nuevo nombre llegó hasta su casa y corrió
              por todo el pueblo y ya lo llevaría por toda la vida.
                  Pero eso de bañarse todos los días no iba a poder ser,
              le dijo su padre, qué se cree esa maestra. El barril de agua
              había subido y si la maestra tenía dinero para bañar a sus
              hijos todos los días, él no, además de que no hacía falta.
              Con bañarse los lunes y limpiarse con un trapo mojado
              los demás días era suficiente y mucho. Y así fue. Pero los
              cerotes seguían allí, como grandes lunares que le brotaban
              de todo el cuerpo, lo que por lo demás a él le importaba
              poco. Más le preocupaban los que tenía por dentro porque
              esos sí dolían.  Y cuando le hablaba a su papá de esos
              cerotes del estómago y las tripas, este le decía qué cerotes
              ni cerotes, muchacho pendejo, ese es el hambre que te está
              jodiendo todo, los calambres.
                  Otra cosa para terminar de remachar su apodo fue
              cuando la maestra mandó llamar a su mamá para entregarle
              la boleta. En aplicación: cerocinco; en aseo; cerocinco, y en
              deporte: cerocinco. Cerote es un problema. La maestra le
              dijo una catajarria de cosas que la pobre señora ni entendió.
              El padre sí lo reprendió pero Cerote se quedó en cero, no
              dijo ni jota, mirándose a los pies.
                  «¿Qué hace ese muchacho detrás de esa pared? ¿Qué
              hace ese muchacho escondido allí?», se preguntaba la
              gente. Porque cuando el viento soplaba fuerte Cerote se
              escondía detrás de los postes del alumbrado porque creía
              que era verdad —lo que la gente decía: «muchacho, te va
              a llevar el viento» —que en uno de esos ventarrones podía

                                        109
   114   115   116   117   118   119   120   121   122   123   124