Page 104 - Sábado que nunca llega
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earle herrera


            roja se encendió en alguna parte— el aparato se detuvo
            bruscamente, cortando así la artillería de insultos que la
            lectora de La Atalaya pensaba descargar sobre el alma del
            párvulo. Las seis personas que de súbito se encontraron
            encerradas en el hueco del hexaedro, colgando de dos
            guayas en el piso 16, se miraron aprensivas y con la mirada
            juraron solidarizarse hasta la muerte. El párvulo, sin hacer
            caso  al  epíteto  de  párvulo  que  acababan  de  endilgarle
            gratuitamente, se puso a mirar la araña que perseguía a la
            araña que cazaba a la mosca. Iba a tener diversión para rato,
            hasta que llegaran los bomberos, si es que llegaban. «Un
            show arácnido», pensó. Un español de cabello cano miraba
            a la ascensorista como a un pájaro de mal agüero, pues
            estaba convencido de que el ascensor se había trancado
            por estar ella leyendo vainas apocalípticas de futurólogos
            y fin de mundo. Raúl Rojas estaba literalmente pegado
            del botón que precedía a la frase: «En caso de emergencia
            apriete este botón». En el piso yacía una dama, si estaba
            desmayada o muerta eso lo determinaría el forense allá
            abajo, cuando llegaran a PB. Otra mujer, de treintitantos
            años, que dijo llamarse Julia, completaba el pasaje hacia la
            planta baja o hacia la asfixia colectiva, todavía no se sabía,
            habría que esperar.
            . . . todo sucederá como consecuencia de la imperfección
            del género. Una noche, Marte, el porfiado dios de la
            guerra, cruzará el espacio en forma de cometa y su risa
            nuclear conmoverá negativamente a los guardianes del
            átomo, quienes abrirán las puertas a las fieras hambrientas
            de catástrofes para que arrojen sobre las razas su vómito
            de hidrógeno, de plutonio y cobalto, será terrible. . .
                —Carajo —gimió el español compungido—, ¿se
            quiere usted callar, señora, quiere dejar de leer esa porquería
            agorera, quiere?

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