Page 99 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              pecho, pues de otra forma no moriría. Los del Comité pro
              Depuración llevaban pistolas de alta potencia y una soga
              para guindar al italiano, portugués o híbrido que tantas
              malas noches les había provocado.
                  De todas partes, por las vías que desembocaban en la
              Mayor, llegaban más y más personas. Se respiraba realmente
              un aire cargado de indignación. Los comerciantes y
              pulperos no se alborotadas por un invierno inexistente,
              revoloteaban sobre las cabezas desgreñadas llevándoles un
              mensaje de honor y un canto de guerra. ¡Patria sí, extranjero
              no!, se escuchaba de cuando en cuando. Rigoberto le
              pedía calma al pueblo y autoerigido en líder, desde lo alto
              de un poste de la luz eléctrica e iluminado por un farol
              que le daba matices carismáticos, gritaba chillonamente:
              «¡Muerte al pajúo! ¡Que no se siga mancillando el buen
              nombre de nuestras matronas!». Y como allí quien no era
              matrona tenía madre o esposa o hermana o tía, la arenga de
              Rigoberto fue la que más agitó a la poblada y la convirtió
              en una turba incontrolable que partió estruendosamente
              hacia el abasto de Pietro.
                  La puerta del fondo se abrió y ante la primera hilera
              de ojos criollos, apareció un espectáculo incomprensible:
              Pietro le daba latigazos a docenas de muñecos de goma que
              se movían sobre un mapa de plástico del tamaño de la sala.
              Era el mapa de Italia, cuyas ciudades eran valientemente
              defendidas por Pietro de una invasión de bárbaros
              guerreros sanjosenianos. Pietro, con pieza de artillería,
              los rechazaba hasta lanzarlos al mar. Al mismo tiempo
              les gritaba como alucinado, con desgarrante fanatismo:
              «Cobardes, maricones, peleen ahora que están en Italia, no
              y que son muy machos!». Pero como hablaba en italiano la
              gente no comprendía a Pietro que no se daba cuenta, en

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