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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 Es interesante, se lee con agrado; pero no siento en sus páginas la
              independencia fría del crítico. Advierto en este libro la sensación de una
              “demostración”. Además, hablar de la evolución política de un país y de
              un país americano, sin referirse a su evolución económica, es especular
              un poco en el aire; lo económico va siempre animado, y palpitando en la
              médula de los acontecimientos históricos que designamos con el nombre
              de “políticos”.
                 Entonces lo he interrogado.


                 Rafael Maluenda (RM): ¿Cómo ve e interpreta usted el desenvolvi-
              miento económico del Perú?
                 José Carlos Mariátegui (JCM): El Perú está en una etapa de creci-
              miento capitalista. La guerra europea nos hizo pasar de la moratoria y el
              retorno al billete, a la capitalización y las sobre-utilidades. La burguesía
              nacional, que ha carecido siempre, por lo menos en su categoría domi-
              nante  de  latifundistas  y  gamonales,  de  un  verdadero  espíritu  capita-
              lista,  desperdició  esta  oportunidad  de  emplear  inesperados  recursos
              en asegurarse, frente a los prestamistas extranjeros, una situación más
              independiente, y frente a las eventuales depresiones de los precios de
              los productos de exportación, una posición más segura. Fue incapaz de
              coordinar y dirigir sus esfuerzos en un sentido nacionalista. Se imaginó
              que las sobre-utilidades no se acabarían. Gaudente, sensual por natura-
              leza, imprevisora por hábito, en vez de aplicarse a la creación de nuevas
              fuentes de riqueza, se dedicó al dispendio. Cuando los precios del azúcar y
              del algodón, después de la guerra, cayeron bruscamente, los hacendados
              de la costa se vieron en la imposibilidad de hacer frente a los créditos que
              habían contraído ensanchando incontroladamente sus cultivos y cuadru-
              plicando  su  lujo.  Un  gran  número  de  ellos  quedó  desde  entonces  en
              manos de sus acreedores: las casas exportadoras que financian nuestra
              agricultura costeña y que se deprimen regulando su producción según
              el ritmo de los mercados extranjeros, una fisonomía característicamente
              colonial. Las lluvias y desbordes de 1925 vinieron a agravar esta situación.
                 El  volumen  de  nuestras  exportaciones  de  algodón  y  azúcar  ha
              aumentado ciertamente; pero la baja de los precios repercute depri-
              mentemente en la economía del país. Muchas haciendas de la costa han


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