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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 RM: ¿Cómo juzga Ud. frente a la realidad peruana, el problema de
              Tacna y Arica? ¿Qué porvenir le asigna Ud. en el futuro americano a la
              unidad material y moral de nuestros países?
                 JCM: Tengo para opinar sobre esta cuestión, lejos de todo motivo
              circunstancial u oportunista, el título de ser en el Perú uno de los escri-
              tores que no ha atizado la hoguera del revanchismo. Una distinguida
              escritora mexicana amiga mía me escribía recientemente de Santiago,
              invitándome a contribuir a la reanudación de las relaciones entre los inte-
              lectuales de los dos pueblos. Personalmente no tengo que reanudarlas
              sino que acrecentarlas y mantenerlas, porque no las había interrumpido.
                 Para la generación que siguió a la de la guerra, el problema de Tacna
              y Arica era, sentimental y moralmente, el problema dominante de la reor-
              ganización nacional. Esta generación tuvo un magnífico e inmaculado
              portavoz: González Prada. Pero la idealización de Tacna y Arica irredentas
              dio su más puro fruto en la Junta Patriótica y el Apostolado de Figueredo.
              La generación [actual] ha descubierto  el problema de cuatro millones de
              indios irredentos y no ha podido ya pensar como la de González Prada. La
              reivindicación de Tacna y Arica ha sido explotada por la política del feuda-
              lismo, heredero y continuador de la Colonia, precisamente para descartar
              otras reivindicaciones. La juventud, el proletariado del Perú de hoy han
              respondido fraternalmente, por esto, a las palabras de la juventud y el
              proletariado de Chile. Muchos problemas comunes nos unen, para que
              pueda separarnos el de Tacna y Arica, que en un ambiente de amistad y
              comprensión tendrá la mejor garantía de una solución justiciera.
                 Si la solución es hoy posible, se debe en parte a que, pese a los chau-
              vinismos recalcitrantes, se ha hecho ya un trabajo preparatorio en la
              opinión de ambos pueblos. Los demás factores del acercamiento son bien
              conocidos. No es necesario que me refiera a ellos. Económica, práctica-
              mente, Chile y el Perú son dos países que, como productores, se comple-
              mentan. Histórica, espiritualmente, su más glorioso patrimonio es el de
              las comunes, fraternas jornadas de la Revolución de la Independencia.
                 Y en cuanto al porvenir de la unión material y moral de nuestros dos
              países, mi esperanza y mi augurio son: que una confederación peruano-
              chileno-boliviana, u otra más amplia aún, pero en la que entrarán nues-
              tros dos países, constituirá la primera Unión de Repúblicas Socialistas de


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