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La escena contemporánea y otros escritos
Presentemente se afirma entre los intelectuales esta corriente anti-
fascista. Roberto Bracco es uno de los líderes de la oposición democrática.
Benedetto Croce se declara también antifascista, a pesar de compartir
con Giovanni Gentile la responsabilidad y los laureles de la filosofía idea-
lista. D’Annunzio que se muestra huraño y malhumorado, ha anunciado
que se retira de la vida pública y que vuelve a ser el mismo “solitario y
orgulloso artista” de antes. Sem Benelli, en fin, con algunos disidentes
del fascismo y del filofascismo, ha fundado la Liga Itálica con el objeto de
provocar una revuelta moral contra los métodos de los “camisas negras’’.
Recientemente, el fascismo ha recibido la adhesión de Piran-
dello. Pero Pirandello es un humorista. Por otra parte, Pirandello es un
pequeño burgués, provinciano y anarcoide, con mucho ingenio literario y
muy poca sensibilidad política. Su actitud no puede ser nunca el síntoma
de una situación. Malgrado Pirandello, es evidente que los intelectuales
italianos están disgustados del fascismo. El idilio entre la inteligencia y el
aceite de ricino ha terminado.
¿Cómo se ha generado esta ruptura? Conviene eliminar inmedia-
tamente una hipótesis: la de que los intelectuales se alejan de Musso-
lini porque éste no ha estimado ni aprovechado más su colaboración.
El fascismo suele engalanarse de retórica imperialista y disimular su
carencia de principios bajo algunos lugares comunes literarios; pero más
que a los artesanos de la palabra ama a los hombres de acción. Mussolini
es un hombre demasiado agudo y socarrón para rodearse de literatos y
profesores. Le sirve más un estado mayor de demagogos y guerrilleros,
expertos en el ataque, el tumulto y la agitación. Entre la cachiporra y la
retórica, elige sin dudar la cachiporra. Roberto Farinacci, uno de los líderes
actuales del fascismo, el principal actor de su última asamblea nacional,
no es sólo un descomunal enemigo de la libertad y la democracia sino
también de la gramática. Pero estas cosas no son bastantes para desolar
a los intelectuales. En verdad, ni los intelectuales esperaron nunca que
Musolini convirtiese su gobierno en una academia bizantina, ni la prosa
fascista fue antes más gramatical que ahora. Tampoco pasa que a los lite-
ratos, filósofos y artistas, a la Artecracia como la llama Marinetti, les horro-
ricen demasiado la truculencia y la brutalidad de la gesta de los “camisas
negras”. Durante tres años las han sufrido sin queja y sin repulsa.
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