Page 86 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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también se abanicó indolentemente pensando en cosas amables
que no mortificaran demasiado el cuerpo. El calor de las llamas
del infierno se fue atenuando hasta convertirse en una especie de
calor tropical molesto, pero llevadero con un poco de paciencia,
descanso y conversación. El pecado mortal se hizo una abstracción
bastante vaga y el terrible Dios de la Inquisición comenzó a ser una
especie de amo de hacienda, padre y padrino de todos sus esclavos,
dispuestos a regalar y a condescender hasta el punto de pagar y
presidir él mismo los bailes de la hacienda. Esta forma de catoli-
cismo cómodo y medio pagano no es invención mía. Desconocido
quizás aquí en Colombia existe todavía en la mayoría de los países
de América, no ya en el pueblo cuya mezcla con el fetichismo indio
y africano puede dar margen a un larguísimo estudio, sino en las
mejores clases de la sociedad creyente. Yo conocí, por ejemplo, en
Caracas una amiga muy querida que tenía la casa llena de santos.
Estos solían tener velas o lamparitas de aceite encendidas según los
días. Llena de piedad observaba los mandamientos de la Iglesia en
esta forma: iba a misa los lunes porque los domingos había dema-
siada gente en la iglesia, y la multitud, según ella declaraba, a la vez
que no olía muy bien, le estorbaba con su ir y venir el fervor de la
oración. Guardaba con mucho escrúpulo la vigilia de Cuaresma,
pero no los viernes cuando la afluencia de cocineras madrugadoras
arrasaba desde temprano con el mejor pescado, sino cualquier otro
día de la semana en que sin angustias ni precipitaciones se podía
obtener un buen pargo fresco de primera clase. Su profesión de fe
era la siguiente (que debo advertirlo, sin la menor animosidad anti-
clerical): “Creo en Dios y en los santos, pero no creo en los curas”.
Si buscáramos la genealogía de este “no creo en los curas”, iríamos
a dar sin duda con aquella protesta de las criollas del siglo xviii
quienes por espíritu de fidelidad y por espíritu de contradicción
no quisieron aceptar nunca ni a los curas seculares ni a las órdenes