Page 82 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Ya pasan. Recostada en la silla con manto y mantilla, toda de negro,
           apenas se le ve la cara, va una mantuana, es decir, una criolla noble
           de las que solo pueden salir a la calle, envueltas en un manto, de
           donde el nombre de mantuana o aristócrata. Es tarde. Ya van a dar
           las siete. Ya comió la mantuana, ya se rezó el rosario, ya los esclavos
           levantaron los manteles y las esclavas se fueron a hacer dormir con
           cantos y cuentos a los niños de la casa. Meciéndose al paso que riman
           los parihueleros, doblan la esquina silla de mano y mantuana. Ella
           va a la tertulia del señor marqués o el señor conde su primo tercero
           o su primo cuarto. Es el más rico de todos los de la ciudad. La calle
           se queda sola un buen rato. Ahora por la esquina que doblaron los
           parihueleros asoma un capuchino. Viene del convento y va a casa
           de un impedido para confesarlo. Crujen las sandalias y castañetea
           el rosario a medida que avanzan los pasos. Vuelve la calle a quedarse
           sola otro buen rato. Ahora se detiene en la esquina el único vigilante
           nocturno que hay en la ciudad y grita con voz que tiene de queja
           y de canto: “¡saquen la luz!” La voz se sigue oyendo de esquina en

           esquina: ¡saquen la luz!, ¡saquen la luz!, hasta que por fin se pierde

           como un eco en los confines de la ciudad. A poco se entreabre la
           primera ventana, y una negra con los brazos desnudos y el escote
           redondo que brilla junto al borde de la camisola blanca, alza el brazo
           y cuelga de uno de los tramos de la reja un candil de aceite encen-
           dido. Ya se acerca la noche. Ya la hilera de candiles alumbra la calle
           que no debe quedarse a oscuras cuando no hay luna.
              Como es propiedad de todos la alumbran entre todos. Ahora
           viene un mantuano. Es joven. Ahí se acerca caminando ligero. A él
           también le cruje el calzado y va moviendo al vaivén de los pasos los
           faldones del casacón de terciopelo. Él también va al chocolate del
           señor marqués. Lleva peluca blanca, chaleco de seda, chorrera de
           encaje, calzón y zapatos bajos con hebilla de plata. Tiene los bolsi-
           llos atestados de libros. Los lleva escondidos no vayan a descubrirlos


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