Page 78 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
P. 78
Teresa de la Parra 77 77
entrada como es costumbre en Caracas. Pasaron las doce; las doce
y media, la una, las dos, las tres, y los estudiantes no asomaron por
ninguna parte. Divertidos quizás por otro lado tomando cocktails
entre gente de su edad, olvidados por completo de la invitación, nos
habían puesto un “lapin” como se dice en París cuando no se acude
a una cita.
A las tres de la tarde, llena de dignidad en su derrota, tía Teresa
Soublette dio la señal para ir a almorzar por fin sin los invitados.
La adolescencia es cruel. Cuando llegamos a la mesa victoriosos
y muertos de hambre abusamos de la victoria y del botín como
verdaderos vándalos. “¿Tú ves, tía Teresa –decíamos abriendo las
hallacas–, lo que te han hecho tus queridísimos colombianos? ¡Sin
avisar siquiera! ¡Peor que nosotros! Para que sigas diciendo que son
tan finos, tan atentos con los viejos y que debíamos aprender con
ellos. ¡Bonitos maestros! ¡Ah, en todas partes cuecen habas!”.
Pero ella heroica hasta el fin, escondiendo su sorpresa, no
capitulaba: “a esos niños, decía declamando, les ha pasado algún
accidente como si lo viera, y estoy angustiadísima pensando en sus
pobres madres!”
Naturalmente que no les había ocurrido nada. Se supo al siguiente
día: era un olvido, uno de esos olvidos realmente involuntarios,
pero que Freud descendiendo a lo más hondo del subconsciente
haría derivar del temor violento de aburrirse en compañía de la
pobre vieja romántica. También ella se valió de recursos freudianos
para guardar fresco su ideal. Halló una explicación y continuó
profesando su religión consoladora: los desengaños y el aislamiento
moral de la vejez eran efectos del medio ambiente. En otras partes,
en Colombia sobre todo, se les rendía culto a los muertos, a los viejos
y a todo lo que representara un valor espiritual. Su idealismo conta-
gioso acabó por triunfar. En lo que me concierne, me hizo conocer
a Colombia por la fuerza de la repetición y me la hizo querer con el