Page 74 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  73 73

           aprovechaba la menor oportunidad y atribuía todos los entuertos a
           la revolución y a su examigo y vecino a quien aseguraba con sorna
           conocer mejor que nadie y a quien nunca llamó “Libertador”,
           ni siquiera Bolívar sino “este niño Simón, el de la plaza de San
           Jacinto”. Cuando lo elogiaban demasiado, sea por la prensa, sea de
           viva voz, ella bajaba la suya por prudencia y murmuraba para que
           solo oyera el que quisiera oír: ¡Nunca le encontré nada de particular.

           Ni siquiera tenía buena figura!
              Coleccionaba los hechos crueles de los patriotas para referirlos
           cuando viniera a colación y como quien no quiere la cosa, ante
           un público que la escuchaba con indiferencia y le contestaba con

           ironía. Les aseguraba, por ejemplo, que Bolívar había firmado el
           decreto de Trujillo, mojando la pluma en la sangre caliente de un
           español. Sus sobrinos, nietos y biznietos le replicaban que si andaba
           escaso de tinta, sería porque hasta eso se habían robado y bebido los
           realistas.
              Las anécdotas sangrientas e inéditas de Mamá Panchita que oí
           en mi infancia y que en su mayoría, lo confieso con pena, no he

           guardado en mi memoria, se perdieron ya para siempre. Lo mismo
           perdí las otras: las de la vieja tía prócer. Las escuchaba entonces
           como cosas de viejo: como quien oye llover. Era esta segunda, la tía
           prócer, la verdadera soñadora y la que conocí personalmente, una
           vieja soltera que bien podría, como Amarilis, haber sido la amante
           silenciosa e intocada de algún Lope de Vega. Nunca he sabido su
           historia, si alguna tuvo, las historias de amor de las solteras que no
           murieron jóvenes y gloriosas a lo María Bashkirtseva, no interesan a
           nadie. La familia no las recuerda. Sobre el corazón pudoroso que se
           marchita con su secreto van cayendo los días como copos de nieve,
           y el secreto queda enterrado bajo la blancura y el tiempo. Se llamaba
           esta vieja soñadora Teresa Soublette. Hermana de mi bisabuela,
           nieta de Teresa Aristiguieta, una de esas nueve musas de que habla
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