Page 76 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  75 75

           ni ella ni sus oyentes apreciamos entonces. Era aquella especie de
           letanía ilustrada su tema favorito. Yo creo que con las mismas quejas
           debía lamentar alguna otra injusticia sentimental más personal y
           más honda que no decían los labios. Encumbrada en su silla guiaba
           el rosario, hacía colchas de crochet, politiqueaba y leía sin cesar. A
           veces un historiador joven venía a consultarla sobre algún dato o
           anécdota relativa a su padre. Los refería con minuciosidad y devo-
           ción. Aunque sus recursos intelectuales eran modestos, tanto le
           gustaba cultivar la inteligencia, que a su sirvienta, una negra joven
           que había traído del confín de una hacienda, no solo le enseñó a
           escribir y a leer, sino que le trasmitía en secreto sus conocimientos
           del francés. Tales clases tenían lugar a puerta cerrada. Temía la burla
           de sus tres generaciones de sobrinos y escondía con misterio el

           Ollendorff y los cuadernos donde se guardaban las conjugaciones,
           temas y borrones de su cómplice a quien había logrado comunicar

           la sagrada fiebre de saber. Todo el mundo conocía el secreto, pero
           todo el mundo aparentaba ignorarlo. Aquel pobre francés era sin
           duda una de las llaves con que durante su larga vida había entrado
           ella al país del ensueño. Antes de morir, para que no se perdiese, lo
           legaba así humildemente a su negra.
              Otra llave que le abría la puerta del ensueño era una correspon-
           dencia  que la ponía en contacto mensual con Colombia, país
           sagrado para su alma idealista. Cuando los venezolanos y los colom-
           bianos éramos una misma cosa como lo seguimos siendo, pese a esos
           límites discutidos imaginarios y pese también a esa cosa exterior
           que llaman gobierno y política, en los tiempos en que éramos todos
           la Gran Colombia una rama de la familia, los O’Leary Soublette
           habían pasado a Bogotá. Doña Carolina O’Leary, bogotana, que
           todos ustedes conocieron, y tía Teresa Soublette, caraqueña, sin
           haberse nunca visto, tenían una gran intimidad epistolar. Duró la
           correspondencia desde la infancia de las dos hasta la muerte de una
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