Page 28 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  27 27

              “El 26 de noviembre de 1504 –dice Heredia–, la reina Isabel
           murió en su castillo de Medina del Campo. Mujer valerosa, casta y
           abnegada unía a las gracias femeninas todas las virtudes viriles. Su
           espíritu fue superior al de su época. Amó en extremo el saber y los
           libros. Reina intrépida y sagaz conquistó Granada y comprendió
           a Colón. En su lecho mortuorio con la serenidad de un filósofo

           antiguo dictó su testamento. Desbordante de fe, de amor, de
           inteligencia y de magnanimidad, ese célebre testamento fue el sello
           de su vida noble. Isabel era buena. En las angustias de la agonía
           pensaba aún con inquietud maternal en su pueblo de Castilla y en
           sus hijos de Indias. España entera lloró a esta mujer incomparable.
           Había sido ella el mejor y más grande de todos sus reyes. La natu-
           raleza misma pareció conmoverse con su muerte. La tierra tembló.
           El cielo cubrió con pompa lúgubre la sencillez de sus funerales.
           Quiso descansar en la tierra que ella misma había ganado. Bajo la
           tempestad, los rayos, los truenos y las aguas desbordadas un carro
           fúnebre la condujo a Granada. El reinado de Isabel fue la aurora
           de aquella gloria española que declinó en el mar con la Invencible
           Armada”.
              Frente a Isabel la Católica del lado acá del mar, vemos pasar
           discretas y veladas por los relatos de los cronistas de Indias, la dulce
           teoría de las primitivas fundadoras. Sus vidas humildes llenas de
           sufrimiento y de amor no se relatan. Apenas se adivinan. Casi todas
           son indias y están bautizadas con nombres castellanos. Muchas
           son princesas. Se llaman las más ilustres doña Marina, doña Cata-
           lina, doña Luisa, doña Isabel la guaiquerí –madre de Fajardo, el
           conquistador de Caracas–, la otra doña Isabel –máter dolorosa del
           Inca Garcilaso– y otras pobres esclavas o herederas de cacicazgos
           que comparten con sus maridos blancos el gobierno de sus tierras
           y junto con el don de mando les enseñan a usar los zaragüelles de
           algodón, la sandalia de henequén y el sombrero de palma.
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