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Guanipa Endenantico


            del petróleo, con sus derroches, estridencias y mal gusto.
            Quizás es demasiado literal cuando estampa que el ba-

            lancín “es el único buitre que no come mierda”. La come y
            la defeca en oropeles y en una aceitosa conciencia social,
            de guachimán, de portones, de campamento y campos lo-
            nas. El experto petrolero y fundador de la Organización

            de Países Exportadores de Petróleo, llamado el padre de la
            OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonzo, tituló unos de sus libros:
            Hundiéndonos en el excremento del diablo. Es lo que siempre
            ha comido y come el pajarraco ferroso que atenazó como

            una garra el estómago de nuestro gran novelista, Salvador
            Garmendia.

                  No sé cuándo vi el primer balancín. Recuerdo el que

            estaba más allá, sabana adentro, del patio de la casa. Luego
            fueron apareciendo por todas partes, escoltando lo que lla-
            mábamos la carretera de la Flint, otra empresa petrolera, por
            el este de El Tigre; los que succionaban las venas abiertas en-

            tre este pueblo y El Tigrito; aquellos que vigilaban mientras
            sorbían en su complicidad nuestras escapadas al río Tigre o
            el Caris, o más allá, por los farallones de Chimire; o subiendo
            hacia San Tomé y siguiendo hacia Campo Guico o La Leona.

            Aparecían pajarracos por todos lados, cada vez más activos y
            agresivos en su conquista de la tierra. Años después sentí un
            pánico pretérito, un remoto miedo retroactivo, cuando vi la
            película “Los Pájaros”, de Alfred Hitchcock. Los avechuchos

            que acosaron mi infancia eran también pájaros lúgubres, pero
            de tamaño prehistórico, como los Pterodáctilos del jurásico u


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