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Guanipa Endenantico


                  Puedo contarlo ahora, lejos de la década violenta, de
            aquellos años 60 paradójicamente de guerra de guerrillas y

            de “Paz y Amor”, días aurorales de la democracia representa-
            tiva y del “disparen primero y averigüen después”, de la guerra
            de Vietnam y de los Beatles. En casa, para preocupación de
            mamá, supimos que el chuto-bus se lo llevaron dos estudiantes

            de segundo año de bachillerato: mi hermano Antonio Herrera
            Silva y Amado Morales, con la idea de dar vueltas por ahí
            como en efecto lo hicieron, pasar por frente a las casas de las
            que ellos llamaban sus “novias”, echar pinta, sacar cuadros y

            luego, abandonarlos en algún lugar. Los cuerpos de seguri-
            dad hicieron las pesquisas pertinentes, pero nunca supieron
            quiénes llevaron los burros hasta Campo Oficina. Hasta en-
            tonces, los dos implicados en la aventura no tenían cédula

            de identidad y sus huellas no estaban registradas en ningún
            lado. Sospeché que debió haber algún tercero en el asunto
            que supiera manejar tamaño chuto-bus, pero nunca lo dijeron
            ni delataron. Cada vez que contaban su osadía, los miraba y

            escuchaba con envidia.

                  Después supe que el MIR les había dado la orden de la
            “operación”, pero una vez al volante de aquel mastodonte rodante,

            se emocionaron y decidieron sacarles cuadros a sus “novias”. La
            incipiente revolución que pretendía “tomar el cielo por asalto”,
            para algunos era un juego más de adolescentes cuando todo era
            fiesta, 15 años y primavera.







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