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Guanipa Endenantico


            la mirada, el Mio Cid y sor Juana Inés de la Cruz, el miedo y la
            pregunta, la colecta y la fiesta, la chuleta y la oración al santo

            que la oculta, la lluvia y el abrazo, la mano entre la mano. La
            calzada y su silencio y el árbol amigo y cómplice que jamás te
            delató y todavía, cuando ya puede hablar, no se sabe por qué
            sigue guardando tus secretos.


                  Es un pedazo de la vida y sin duda, no el más grande,
            pero sí el más feliz, desinteresado y bello. Mi liceo lleva el
            nombre de un general de la Independencia, Pedro Briceño

            Méndez, edecán del Libertador Simón Bolívar. Así nos lo en-
            señaron y para hacerle una estatua al héroe epónimo, hici-
            mos batidas, rifas y torneos que alcanzaban para el busto del
            prócer y la fiesta semanal. Bien lo sabían los profesores Arias

            Reyes, Benigno Guilarte, Edgar Sánchez, en fin, todos. El Tigre
            entonces empezaba a sembrar su petróleo en los surcos del
            maní. La mejor siembra, sin embargo, la hacía el liceo Briceño
            Méndez. Y legiones de profesionales, civiles y militares, rega-

            dos por toda Venezuela, dicen que lo hizo bien el labrador y
            eran buenas la mano y la semilla.

                  Una tardecita me llama Alexis Moya, médico- pediatra

            y presidente de la fundación de Amigos y ex Alumnos, para
            recordarme que en mayo próximo Liceo Briceño Méndez
            cumple 50 años y quiere que todos los que pasamos por sus
            aulas estemos presentes. No es fácil ubicar a tanta gente pero

            si usted, compañero briceñomendino, lee esta crónica, sepa que
            lo andamos buscando y no se dé por invitado porque usted es



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