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Guanipa Endenantico
en la más abrumadora soledad. Pero de repente la excitación
era miedo; el miedo de encontrar a alguien detrás de cada
puerta que abrías, de abrir un salón y encontrarte con las risas
y burlas de profesores y alumnos, la rechifla general y tú allí,
parado estúpidamente en la puerta, confundido, vuelto un
ocho. Y cuando abrías la puerta y no encontrabas a nadie en
los salones, sino silencio y silencio y más silencio, entonces te
volvía el alma al cuerpo y te entraban unas ganas de reír y hasta
te dabas el lujo de hacer sesudas disertaciones de Historia de
Venezuela o de Formación Social, Moral y Cívica. Cada salón
vacío que ibas descubriendo te provocaba un gran alivio y, al
mismo tiempo, una inmensa tristeza inenarrable, como un
recuerdo al rojo vivo, pero inasible.
De pronto me sorprendí dentro de la Dirección. La
ganzúa no hallaba obstáculo a su paso. Esta era de todas, la
oficina más lujosa. Alfombras, cuadros, air aconditioned, TV,
radio, agua fría, espejos casi transparentes y un imponente y
soberbio escritorio detrás del cual Brito Brito guarecía su fi-
gura ridícula y odiosa de Director; el escritorio, una verdadera
fortaleza que disimulaba todas las frustraciones y complejos
de Brito Brito y daba a su personalidad dimensiones que real-
mente no poseía. Me senté nada más y nada menos que en la
silla del Di-rec-tor, sí señor. Me quedé mirando fijamente, al
través de los gruesos lentes de los espejuelos, a Maradei que
estaba allí, sentado frente a mí, diciendo que él no se había
robado ningún examen de Biología. Yo ni pestañaba, lo miraba
nada más. Cuando terminó de decir no sé cuántas cosas que ni
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