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Guanipa Endenantico
consabidos, a mis alumnos invisibles, condiscípulos de ayer:
“Bello no fue tan machete como dicen, quiero decir desde el
punto de vista de la praxis, en todo caso más machete fue don
Simón Rodríguez, verdadero pedagogo de América, el hombre
que le abrió los ojos de la libertad al joven Simón Bolívar y le
enseñó la intrascendencia de su fortuna material en medio de
tanta esclavitud y miseria. Vamos a ver, Pelagajo, repite eso
que acabas de oír: ¿Que no lo sabes? Claro, tú lo único que
sabes es jugar ajilei. Tú, Morrocoyloco, repite lo que acabas de
aprender, ya, va, tienen razón en llamarte Morrocoyloco, eres
un galápago de bruto. Bueno, me estudian eso para mañana y
quien no lo sepa mejor pasa por la Seccional N° 1 buscando
su boleta de retiro”. Al concluir mi disertación y no encontrar
preguntas ni respuestas de los pupitres vacíos, me invadió un
miedo tan grande que salí del salón de clase casi a la carrera.
Me pareció que en cada puesto estaba sentado un muerto, un
fantasma, y sentí lo mismo que se siente cuando se va a visitar
a un amigo enfermo y nos hallamos con la cama vacía, olorosa
todavía a cadáver recién llevado.
Corrí por todo el pasillo y mis pasos sonaban multipli-
cados como si todos los profesores del liceo, encabezados por
el jefe de la Seccional N° 1, corrieran detrás de mí. Bajé las
escaleras en tres trancos y me encontré en medio del audito-
rio. Arriba, en el entarimado, estaba la figura de Córdoba, el
Presidente del Centro de Estudiantes, moviendo frenéticamen-
te los brazos y llamando a todo el mundo a abstenerse de pre-
sentar los exámenes finales, hasta tanto se lograra la renuncia
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