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Guanipa Endenantico
sorprendidas frente a mí y encontré el baño vacío. Olía a desodo-
rante ambiental y a pino. No encontraba nada raro y sin embargo
sentía la sensación de quien profana un lugar sagrado, me sentía
marido de todas las damas que alguna vez se habían sentado en
una de esas pocetas y olfateaba sus orines con inusitada curiosidad
de novillo en celo. Descubrí que los baños de las mujeres no eran
castos como yo pensaba, que sus paredes no eran vírgenes de blanca,
no. Al contrario, había groserías de mayor tenor y jerarquía que las
escritas en el baño de los tipos, proposiciones altamente sugestivas,
frases realmente desesperadas y gritos demasiado dramáticos, casi al
borde de las infinitas profundidades del orgasmo, esa dimensión que
empezábamos a conocer, de la que hablábamos mucho y sabíamos
poco. Las paredes del baño de las hembras eran testimonio y
poesía y hube de salir de allí porque ya la excitación empezaba a
manifestarse turbadora.
Así, turbado, acaso mentalmente masturbado, salí del lu-
gar de los olores vitales. Anduve a todo lo largo del pasillo del
primer piso y me detuve frente al salón que tenía la tablillita
donde se podía leer: 4º. año, Sección B. Experimenté un efímero
temblor de piernas, el mismo que sentí cuando me pasaron para
la Seccional N° 1 por mala conducta, frente al escritorio de
aquel profesor adiposo, repugnante y raro que, tomándome
suavemente por los hombros, me susurró al oído: “Eres terrible,
papá, pero no te preocupes, nada te va a pasar”.
Me parecía escuchar adentro la voz del impenetrable
profesor de inglés dictando su lesson one: “Good morning,
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