Page 185 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera
izquierda mientras empujas con la rodilla, fuerzas un poquito
y ya, listo, cuántas veces no he abierto yo esta puerta.
Y se abrió, sésamo metálico. Frente a mí se dibujó el
pasillo central, utilizado como auditorio en las graduacio-
nes y actos culturales, amplio, anchísimo, vacío y desafiante.
Confieso, para qué negarlo, que me impresionó enormemente.
No había papeles en el suelo, no había nadie corriendo por allí,
nadie tiraba con una liguita papelitos doblados, desde ningu-
na parte caían aviones de papel. El vacío era extraordinario,
abrumador y envolvente, ¿quién no iba a sentir miedo? Pero
me metí en él. Me paré en medio del pasillo, vi hacia todos
lados y hacia ninguna parte en especial, me acordé de Lesbia,
la vi, gordita y rosadita, con sus libros bajo el brazo, la mejor
del curso, la menos inteligente, la vi que me miraba repro-
chándome algo indebido que yo acababa de hacer. Le saqué
la lengua y creo que grité: ¡pendejota! Ella calló porque sabía
que si no, cambiaba de novia, si es que no se me adelantaba.
Todo aquello me aplastó.
Yo iba a buscar el examen de química, pero mejor
aprovechaba y recorría todo el liceo, lo conocía de verdad, lo
escudriñaba todo. ¿A dónde ir primero?, ah, carajo, a dónde
más, al baño de las mujeres, claro, a ver si es igual al de los
varones. Subí al primer piso y torcí a la izquierda otra vez a la
izquierda y ya me empezaba a pegar el olor a baño de mujer.
Me detuve enfrente, miré con cierta nostalgia el letrero que
decía “damas”, empujé imaginando infinitas mujeres orinando,
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