Page 197 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera


            dijo: “¿Qué vaina es esta?”, no solo le tiré el examen sobre el
            escritorio –la condenada prueba llena de conchas de cambur

            que iban a poner en las reparaciones de septiembre (a doce
            bolos por cabeza)- sino también el revólver de Brito Brito y
            salí corriendo hacia la puerta principal. Detrás de mí salieron
            el mismo Brito Brito y el jefe de la Seccional N° 1 y más atrás

            salió Mendeleiev y más atrás el bedel. Atravesé la pista de
            atletismo, pase a millón por la cancha de basket, salté limpia-
            mente una alambrada y me vi corriendo a todo lo largo de la
            Avenida 23 de Enero. Miré hacia atrás y ya nadie me seguía,

            pero proseguí mi carrera desenfrenada, cada vez más veloz,
            más veloz. El liceo, atrás, dragón de mil cabezas, se iba po-
            niendo más chiquito, más chiquito. Me alejaba de su mole de
            concreto gris como se desprende el hidrógeno del agua, como

            si nunca lo hubiera conocido ni hubiéramos sido parte de un
            todo, de una y la misma realidad, una pelusa. Ahora no me
            acompañaban ni Pelagajo, ni Morrocoyloco, ni Maradei ni na-
            die: habían pasado los tiempos de alegres compañías, ay Rubén

            Darío, dueles hondo.  El liceo, en silencio, seguía decreciendo,
            empequeñeciendo, yo me alejaba, el liceo, dragón más grande
            que el dragón del tiempo y la distancia, desapareció de repente
            de mi vista y yo no volví más nunca a sus patios y pasillos,

            aunque me quedé sentado allí, en la escalera de la izquierda,
            metido en mi almidonado y planchadito uniforme de kaki.










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