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Earle Herrera


                  “De la noche venimos y hacia la noche vamos”,  canta el
            poeta Vicente Gerbasi. Y es el camino hacia aquellas noches

            primeras, tomando de aquí y allá, entre geógrafos e historia-
            dores, como llegamos no solo al espíritu de aquellas tenaces
            etnias que eran dueñas y señoras de estas tierras, sino al origen
            mismo del nombre que nos viene desde el siglo XVIII, cuando

            los grandes gatos reinaban donde todavía no se habían en-
            frentado el arcabuz y la flecha. Más abajo, hondo en la tierra,
            ignorado de todos, yacía un Rey Dormido que siglo y medio
            después lo trastocaría todo: el Rey Petróleo, para decirlo con

            el título de un libro de Domingo Alberto Rangel.

                  1933 es el año de gracia en que este monarca comienza a
            bostezar y a estirarse. A ratos, para desazón de los buscadores

            de oro negro, se despaturra y vuelve a quedarse dormido. En
            efecto, el pozo OG-1, cuya perforación se inició el 23 de febrero
            de 1933, luego de llegar a una profundidad de 1884,88 metros,
            solo recompensó a los pioneros con gas seco. La frustración

            fue enorme y suspendieron ahínco y sueño hasta el 31 de enero
            de 1934. Esta historia nos la cuenta el periodista de excepción
            que es don Calazán Guzmán. Su amena obra sobre lo que fue
            y es El Tigre me releva de repetir lo que él ya investigó, vivió

            y escribió de manera insuperable. Él nos dice:

                  “El pozo permaneció inactivo hasta 1937, cuando des-
            pués de hacerle un reacondicionamiento a nivel de ingenie-

            ría, se reinician las labores, obteniendo en esta oportunidad
            una producción de 1.327 barriles diarios, comprobándose



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