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Earle Herrera














            UN TIGRE DE 62 AÑOS


            Cuando la humanidad toda se sobrecogía ante la proximidad

            del fin del milenio, la ciudad de El Tigre apenas arriba a los
            62 años de su fecha fundacional. ¡Cuán jóvenes somos! Pero
            ojo: veo muchas sonrisas por allí: la joven es la ciudad, no
            necesariamente todos los que estamos aquí alrededor de sus
            velas. Tampoco es para que pongamos esa cara y la sonrisa

            reciente la sustituyamos por una mueca o un dejo de resig-
            nación y de nostalgia. La edad es un asunto de conciencia.
            Un árbol puede durar siglos pero lo ignora. El hombre, en

            cambio, puede hacer eterno un instante de su vida. Son nues-
            tras obras las que hacen nuestro tiempo y le dan significado y
            sentido”. Hay gente que dura mucho y vive poco”, escribió en
            alguna parte el gran prosista Orlando Araujo. Y si El Tigre es
            la obra de sus pobladores, de los que vinieron de lejos y de los

            que nacieron aquí, sus hombres y sus mujeres y sus ancianos
            tienen la juventud de El Tigre.

                  A cinco años del siglo XXI y, en retrospectiva, a cinco

            siglos del encuentro de dos mundos y de la llegada de Colón
            a lo que se llamaría América, la ciudad no llegaba todavía a
            los 100 años. Y sin embargo, con su medio siglo, dos lustros


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