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Earle Herrera
afable amistad luego, en Caracas, donde lo conocí gracias y en
el fragor de las luchas gremiales. Por esas vueltas de la vida, me
tocó posteriormente ser profesor de periodismo interpretativo
de su hija, en las aulas de la Universidad Central de Venezuela.
En la figura de este gran venezolano, quiero honrar
también a todos los fundadores y pioneros de nuestra ciudad,
y no puedo dejar de mencionar los nombres de Edmundo
Barrios y Juan Meza Vergara, forjadores del periodismo regio-
nal, de cuya mano y con cuyo estímulo publiqué mis primeras
crónicas en el diario Antorcha. ¡Caramba, hay tanta gente que
nombrar!, tantos sembradores de las semillas que fertilizaron
en la cultura, el deporte, la educación, la medicina y tantas
disciplinas que han hecho de El Tigre una ciudad de trabajo y
luz, de sudor y laureles, de tesón y victorias; una ciudad joven
que ve con orgullo, gallardía y optimismo el porvenir.
El escritor venezolano Oswaldo Trejo coronó una de
sus novelas con el bello título de: También los hombres son
ciudades. Si invirtiéramos la frase y dijéramos: “También las
ciudades son los hombres”, no solo estaríamos haciendo una
afirmación innecesaria, por obvia, sino formulando una crí-
tica y expresando una angustia porque, de alguna manera,
las ciudades han dejado de ser sus hombres y mujeres y sus
habitantes todos, y que las máquinas, automóviles, las fábri-
cas y el concreto armado los han desplazado en importancia y
prioridad. Es la deshumanización de la ciudad y la robotización
del ser humano. Todavía eso no ha ocurrido en El Tigre, pero
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