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Guanipa Endenantico
tierra, somos privilegiados. Asistir a los cien años de un
pueblo, de nuestro pueblo, nos hace actores y testigo de una
larga historia de luchas, sacrificios, sueños y esperanzas.
Antes de que ese invento decimonónico que es el telégrafo
pasara sus líneas por aquí; mucho antes de que llegaran los
hombres y mujeres que hablaban su español de América,
muchísimo antes del balancín y el taladro, las noches y los
días eran traspasadas por las voces kariñas de los pueblos
ancestrales, de nuestros pueblos originarios, con su cosmo-
gonía, sus ritos, su poesía, su armonía con la naturaleza y
su profunda espiritualidad. San José de Guanipa, El Tigrito
nuestro y de todos, viene de lejos, de tiempos inmemoria-
les, cuando nuestros antepasados hablaban con las estrellas
y los ríos y los animales y los dioses en una lengua común
y de todos.
Después vinieron los hombres y mujeres con sus
calendarios y sus fechas. A todo se le empezó a buscar una
partida de nacimiento, un decreto fundacional, un acta bau-
tismal. Los poetas resolvieron esa angustia existencial por
los orígenes en los versos cosmogónicos de Vicente Gerbasi.
El poeta de Mi padre el inmigrante así lo dijo y lo cantó en su
elegía: “De la noche venimos y hacia la noche vamos”.
También nos dio por explicarnos nuestros nombres
porque el nombre nos define. Está bien San José de Guanipa,
tributo a un santo que nos llegó con la cruz y la espada del
conquistador y a una voz caribe o kariña, pero ¿por qué El
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