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Guanipa Endenantico
sí en urbes más grandes, donde como dijo Octavio Paz, somos
seres solitarios en medio de la multitud. Y eso no ocurrirá aquí
si cultivamos el sentimiento de pertenencia y el de comunidad.
“La vida puede comenzar cerca de un pino –escribe
Oswaldo Trejo en su citada obra–, lejos de las ciudades. El sitio
puede ser cualquiera. El mundo está lleno de presentes. Está la
tierra, habitada por montañas, por llanuras. En las montañas, en
las llanuras, junto a los mares, a orillas de los ríos están las casas,
donde viven los hombres. Los hombres que son también ciudades.
Ciudades sin muros, ni torres, ni palacios, ni avenidas. Ciudades
hechas de pasos, de gestos, de voces que a un tiempo dicen: trabajo,
perdón, lejos, adiós. Palabras que se multiplican y golpean el trán-
sito de los sonidos, sin ordenanzas ni señales. Hombres que tienen
también zonas vegetales con selvas de silencios, llanuras inmensas
y espejismos: el del caballo donde crecen los climas y de cuya piel se
escapan las estaciones; el del gallo que encerró en sus plumajes las
formas múltiples del viento. Y el viento que asume el privilegio
del ruido que le otorgan las minas sacudidas por metales que
apresan en el color la síntesis del tiempo. Los hombres tienen
los ríos y aguas y vientos con aguas que vienen a ser las lluvias.
Vientos que pasan con deseos sobre las hojas y las ciñen y bajan
a la tierra junto a las raíces de los árboles y se convierten en ríos
y se dejan ir, deslizándose por sobre la tierra. Entonces, una parte
de la familia del hombre los sigue y en las márgenes de esos ríos
construye sus casas, cultiva sus sementeras”.
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