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Guanipa Endenantico
Herrera, tirábamos en multígrafo aquella publicación con
ínfulas de periódico. La adolescencia fue también de perió-
dicos murales en los pasillos de los liceos Briceño Méndez,
Guanipa y otra vez Briceño Méndez. Escribir era un impul-
so, una necesidad de expresión, una fuerza desconocida que
luego llamaríamos vocación. Orlando Araujo la poetizó como
“destino literario”.
Por esa predestinación abandonamos la carrera de
Medicina y nos inscribimos en la Escuela de Comunicación
Social de la UCV. La única explicación que dimos a nuestra
madre fue la convicción a la que llegamos un día, de que le
haríamos menos daños a la humanidad con una pluma que
con un bisturí. Nuestras manos y espíritu estaban más hechos
para la escritura que para la cirugía, más para el verso que para
el diagnóstico, más para el sueño que para la cura. Ignoramos
cuántas vidas se salvaron con aquella decisión de juventud.
Tampoco imaginábamos que una buena tarde, el mis-
mísimo autor de Oficina Nº 1 nos llamaría a una reunión en
el Ateneo de Caracas y nos propondría que escribiéramos una
columna en el periódico de su propiedad, el diario El Nacional.
En un espacio con el nombre genérico de “Siete en uno”, pues
cada día de la semana le tocaría a un autor, compartimos aque-
lla experiencia ideada por Miguel Otero Silva, con verdaderos
maestros del periodismo de opinión. Cómo no recordarlos.
En la foto que inauguró la columna aparecían el filósofo Juan
Nuño, el sicólogo y erotólogo Rubén Monasterio, el historiador
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