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Earle Herrera
Por cosas de la vida y la revolución, nos tocó sacar un
semanario sin personal o con un personal que escribía desde
la cárcel. La revista Reventón fue perseguida desde su misma
aparición. Al segundo número, por escribir sobre los milita-
res, fue dictado auto de detención contra el redactor Richard
Izarra, entonces de 19 años. Fue a parar a la cárcel, bajo la pro-
testa callejera de quienes para la época éramos estudiantes de
periodismo. Luego, la orden de detención fue dictada contra
toda la redacción, por un reportaje titulado “Los olvidados
del ejército”, en el que se cuestionaba la recluta y lo que en
dinero recibían los soldados, algo que no variaba desde los
tiempos del general en jefe, Eleazar López Contreras. Todos
los redactores salieron al exilio, excepto el director y dueño la
revista, Carlos Ramírez Farías, quien fue a dar con sus huesos
al cuartel San Carlos y se le siguió juicio militar. En realidad,
los juicios militares contra periodistas eran moneda corriente
durante la democracia puntofijista. Que lo digan si no, Eleazar
Díaz Rangel y, si estuvieran vivos, Federico Alvarez y Orlando
Araujo, entre tantos otros.
El novelista y periodista Carlos Ramírez Farías, por
intermedio de nuestro común amigo, el doctor Domingo
Alberto Rangel, nos llamó desde el cuartel San Carlos y nos
propuso, siendo entonces estudiantes de comunicación social,
que asumiéramos la jefatura de redacción de Reventón. A los
20 años, nadie renuncia a una aventura, mucho menos si esta
es periodística, política y literaria. Así continuó saliendo aque-
lla publicación irreverente que marcó un hito en el periodismo
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