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Earle Herrera
VUELTA CANELA EN ANZOÁTEGUI
Después del terremoto electoral del 16-D, me provocó co-
merme un posicle en la calle Orinoco de El Tigrito, senta-
do allí, en el puentecito que daba al fundo de Echeverría, las
aguas cristalinas de la acequia y el caminito de tierra que nos
llevaba directo a El Basquero, cuando todo aquello era sol,
gavilanes y guayabitas sabaneras. Después me dejaría caer
por el Paso de la Línea, sacaría tembladores de la vieja pisci-
na natural y le robaría el primer beso a la primera nube bajo
la complicidad de un moriche mudo, donde grabé dos cora-
zones y un puñal exangüe. Por la nochecita, me iría al Ritz a
bailar calipso y a mirar la cintura y los ojos de una morena
que jugaba voleibol como si bailara ballet.
Nostalgias apartes, el panorama político de Anzoátegui
dio una verdadera vuelta canela. Como diría nuestro filóso-
fo favorito, el incomparable Yogi Berra: “El futuro (allí) ya
no es lo que era antes”. En las elecciones parlamentarias de
2010, los socialistas sacamos un solo diputado, gracias a la
lista. Me tocó ser ese sobreviviente. En la Asamblea Nacional
aguanté de los adversarios y de mis propios camaradas todo
tipo de broma. Me bautizaron “el náufrago”, “el sobreviviente”,
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