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Guanipa Endenantico


            Tomé, como era habitual en las compañías gringas del petróleo
            cuando se iban. Todo después fue soledad, sol y sabana, como

            se puede ver  desde este aeropuerto santomesino cuando se
            espera un avión que no llega.

                  Tampoco llegaban los sábados en mi infancia. El cuento

            premiado por la ULA formó parte de mi primer libro. Se titula
            Sábado que nunca llega porque narra la historia de otro niño, no
            del Caregato de La Leona, que acompañaba a su tío carpintero
            al quemador (así llamado el vertedero a cielo abierto) de San

            Tomé, en busca de un carro de juguete que nunca encontró y
            cada sábado salía en su búsqueda. Lo mismo hacían, aunque el
            chiquillo lo ignorara, el Daniel Santos que iba todos los domingos
            a buscar a Linda y también el viejo Coronel de García Márquez

            que no tenía quien le escribiera.

                  Yo sí hallé donde escribir gracias al epónimo del aero-
            puerto de San Tomé, don Edmundo Barrios, quien me abrió las

            páginas de su diario y la amistad y enseñanzas del maestro Juan
            Meza Vergara. El clima de Guanipa es cálido, como los espacios
            del poeta de Canoabo, Vicente Gerbasi, pero la brisa permanente
            lo hace amable. Otra cosa es si te encierras en un salón de amplios

            ventanales de vidrios que funcionan como lupas con el sol. Así es
            el aeropuerto de San Tomé, desde donde pergeño esta crónica
            de la desolación.


                  Estoy en el municipio Freites, pero su alcaldesa ignora
            este rescoldo de su jurisdicción, más cercano a mi San José
            de Guanipa que a Cantaura. Desde aquí veo las oficinas de


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