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Earle Herrera














            RUBÉN TORRES TAN CERCA


            Me prestara Mario Benedetti su prosa para tejerle una his-

            toria bonita a un futbolista de mi pueblo, que además fue
            mi amigo. Me cediera por tres líneas su magia narrativa el
            Julio Cortázar que le dedicó un cuento a su paisano Carlos
            Monzón, aquella noche en París cuando enfrentó una leyen-
            da del boxeo llamada Mantequilla Nápoles. Un dolor de au-

            sencia por la repentina ausencia de Rubén debilita mis letras
            y aflige mi escritura.

                  Como quien se muda de un santo a otro, la familia de

            Rubén Torres llegó a San José de Guanipa desde San Juan de
            las Galdonas. Aquí estudiamos, aquí jugamos, aquí crecimos
            juntos, con Elinor y Chuito y Yumar y Yuraima y la señora

            Nazaria, la madre y guerrera de todas las batallas. Aprendió
            a jugar al fútbol en un campo sin césped que con presun-
            ción llamábamos estadio. Atlético era el deportista nato que
            descollaba en cualquier disciplina. Prejuvenil, en la mañana
            dominical se ponía el uniforme de béisbol para lanzar juego

            completo y en la tarde el de fútbol. Al día siguiente estaba en
            su marca y listo para el atletismo.




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