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en 2002 sería exaltado al Salón de la Fama del deporte vene-
zolano. Por 1963 Enzo causaba furor en el béisbol infantil
y Facendo me convirtió en un atleta juvenil de la selección
de Anzoátegui. De su mano fuimos a los juegos nacionales
de Caracas, como integrantes del relevo de 4x400. Claro que
nos envuelve una dulce y orgullosa nostalgia de pista y cam-
po haber hecho equipo con amigos y compañeros de gene-
ración como Víctor Patines, Luis Planchart, José Carreño,
Pedro Yeguez y Luis Córdova, entre otros que seguirían en
el atletismo y colocarían su nombre y el de Venezuela en los
escenarios internacionales.
Siempre hablo de un papelito y una premonición. El
primer día de Educación Física en el Liceo Briceño Méndez,
Enzo sacó de la cartera un recorte de periódico y me lo exten-
dió con retador orgullo preadolescente. Mientras leía, él dis-
frutaba mis gestos de sorpresa y admiración. Allí se reseñaba
el campeonato nacional infantil de beisbol y se destacaba que
el niño Enzo Hernández, en el shortstop, fue la sensación del
torneo. Mi nuevo compañero de estudio me dijo, con natura-
lidad: “voy a ser grandeliga”.
Recordé aquel recorte de periódico doblado en el bol-
sillo de Enzo, cuando unos años después, recién egresados del
“Briceño Méndez”, volví a ver su foto en un periódico, como
shortstop de Los Padres de San Diego. Se había hecho lo que
prometió: un flamante grandeliga, el venezolano número 20
que llegaba a esa constelación de estrellas. También recordé
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