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Earle Herrera


            debimos volver al “Briceño Méndez”. La amistad en el aula
            se acrecentaba en la pista y el campo, bajo el ojo experto del

            profesor Juan Facendo. Él me formó para las carreras de 800
            y 1.500 mts, mientras Enzo se crecía como beisbolista y era
            bueno en lo que se metiera: fútbol, voleibol, atletismo, un
            deportista nato, como se dice. Un día de 1963 o 64, en una

            ciudad inmensa, me vi en la pista del Estadio Brígido Iriarte,
            con un testigo en la mano, en el relevo 4x400. Eran los juegos
            nacionales juveniles. Juan Facendo me había llevado hasta
            allí en la selección de atletismo de Anzoátegui. Enzo seguía

            saliendo en los periódicos.

                  Ahora recuerdo que aquella mañana cuando le devolví
            su papelito doblado, al tomarlo y guardarlo en la cartera, me

            miró a los ojos y me dijo:

                  –Yo seré un grandeliga.


                  Su seguridad me desconcertó y, fuera de base, por res-
            ponder algo, no sé por qué le dije:

                  -Entonces yo seré escritor.


                  Ayer la vida le bateó un rolling que le hizo “un extraño”
            al guante mágico de Enzo Hernández. De súbito, se marchó
            a otros diamantes. Fue uno de los mejores torpederos en este

            país que es la tierra del shortstop. Me vienen los rostros de sus
            amores vitales: Ellys, su esposa; Ellys María y Janet Virginia,
            sus hijas.




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