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Earle Herrera














            LA PRIMERA JUGADA DE ENZO HERNÁNDEZ


            Octubre llegó con olor a pelota y lluvia. Corría 1961. Los pue-

            blos del sur de Anzoátegui no tenían estadio, pero la mesa de
            Guanipa era el estadio más grande del mundo. Los niños de
            El Tigre, San José de Guanipa y San Tomé ignorábamos que
            mientras jugábamos en el diamante imaginario de un pela-
            dero (terreno baldío, según la echonería municipal), éramos

            escritos por un señor llamado Miguel Otero Silva.  Éramos
            los hijos del petróleo, olvidados del petróleo. Éramos esos ni-
            ños de Oficina No 1, casi reales, casi ficticios.


                  El primer día de clase en el liceo es inolvidable.
            También el primer día de una materia llamada Educación
            Física. El Liceo Briceño Méndez era una vieja casona que

            se tambaleaba en la segunda carrera norte de El Tigre.
            Su entrada la coronaba una pancarta colocada allí por la
            Juventud Comunista. Decía “¡Liceo sí, cuchitril no!”.  Tres
            chicos de 12 años y pantalones cortos entramos al patio
            de tierra que hacía de pista y campo. Un profesor de porte

            atlético metido en un mono nos pasó la lista: “Hernández,
            Enzo; Laucho, Jesús; Herrera, Earle”.




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