Page 42 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo
de facto en América Latina cuentan con el visto bueno de
Estados Unidos. Venezuela tiene un interés particular
para el imperio del norte. Ya ocupa el tercer lugar entre los
países productores de petróleo y la gigantesca maquinaria
industrial, bélica y automotora estadounidense es cada vez
más un voraz consumidor de hidrocarburos. Los ojos del
coloso están pendientes de todo lo que pase en el pequeño
país suramericano. En rigor, ningún dictador sobreviviría
sin su apoyo y sin su venia.
Para Marcos Pérez Jiménez el progreso estaba íntima-
mente vinculado a la industria de la construcción. Si un
presidente del siglo XIX, el afrancesado Antonio Guzmán
Blanco, quien se hizo llamar el Ilustre Americano, se em-
peñó en convertir a Caracas en una réplica de París, Pérez
Jiménez quiso hacerle un calco de Nueva York y ordenó
construir torres y altos edificios, largas autopistas, túneles
y descomunales centros comerciales como el bautizado
con el nombre de El Helicoide, al que le faltaba poco para
su conclusión cuando sobrevino el derrocamiento del dic-
tador. La democracia lo dejó abandonado por años como
emblema del despilfarro del gobierno militar. Una decisión
simbólica pero costosa e inútil, si no estúpida.
Pérez Jiménez, nativo de los Andes venezolanos, abrió
las puertas a la inmigración europea, en su mayor parte in-
tegrada por españoles, italianos y portugueses. La industria
de la construcción necesitaba esa mano de obra calificada.
Estas colonias se enraizaron en el país y enriquecieron
su diversidad cultural. Se dedicaron también al comercio
y, en menor medida, a la agricultura. Lamentablemente,
Pérez Jiménez reivindica su política migratoria con un ar-
gumento tonto y racista. Ya viejo, en España, solía jactarse
de que él lo hizo para mejorar «el componente étnico del
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