Page 40 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo


            Del cultivo de la tierra, Venezuela pasaría a vivir y a
            depen der de la extracción de un rubro del subsuelo.
                Era lo que necesitaba el dictador Juan Vicente Gómez
            para perpetuarse en el poder. Junto con Cipriano Castro,
            había barrido con los caudillos que infestaban la geografía
            nacional. Ahora tendría recursos para cumplir el papel que
            muchos le asignan: el de partero de la Venezuela moderna.
            Por un tiempo, petróleo y agricultura compartieron el esce-
            nario de la economía, pero pronto los hidrocarburos se hi-
            cieron omnipresentes en todo el ámbito de la vida nacional.
            Los salarios de hambre del campo y la fiebre del llamado
            oro negro empujaron a los campesinos hacia los campos
            petroleros que nacían por todas partes. Las transnacionales
            fabricaban casas con todos sus servicios para sus obreros
            calificados y empleados de confianza; pueblos divididos y
            separados por alambradas en campo norte (donde vivían
            los estadounidenses y demás extranjeros) y campo sur (há-
            bitat de los empleados criollos de confianza). Alrededor,
            o cerca de estos campamentos, se formaban anárquicamente
            caseríos de campesinos, desempleados y obreros rasos que
            luego se convertirían en pueblos y, posteriormente, en me-
            dianas ciudades. El petróleo cambió la economía, las rela-
            ciones de producción, la distribución poblacional e, incluso,
            la cultura del venezolano.
                Las carreteras que abrió Juan Vicente Gómez con la
            mano de obra carcelaria no eran suficientes para las exi-
            gencias planteadas por la exploración, explotación y trans-
            porte  del petróleo.  Las cintas  de asfalto  empezarían a
            cruzar el país en todas las direcciones y, sin duda, a acercar
            pueblos y ciudades. Este hecho favorecía el transporte de
            los productos agrícolas, pero paradójicamente, más favo-
            recía la migración del campo a las ciudades. Lentamente

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