Page 371 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera


                  Por  esto, me  parece  lo más  natural  apelar a  los  re-
              cursos de la literatura para hacer periodismo. Así me lo hi-
              cieron entender mis profesores en LUZ (Sergio Antillano,
              Ignacio de la Cruz, María Teresa Lara, etcétera), quienes
              siempre me recordaban que una noticia bien redactada y
              bellamente escrita es doblemente buena. Bajo esta premisa
              formé mi estilo redaccional, el cual yo defino como «redac-
              ción cinematográfica», puesto que la idea es que el lector
              «vea» los acontecimientos en mi narración. Para ello, ob-
              viamente, es necesario utilizar todos los recursos que nos
              pueda facilitar la literatura. Quienes escribimos sobre el
              Caracazo de esta manera lo hicimos buscando ese efecto,
              para tratar de lograr la mayor comprensión posible de lo
              que estaba ocurriendo.
                  Los escritores, a su vez, recurrieron al periodismo (al
              escribir sobre hechos literalmente en pleno desarrollo), aun
              cuando su trabajo no fuera propiamente periodístico. Lo
              hicieron porque, como todos nosotros, se sentían rebasados
              por la realidad y necesitaban interpretarla de alguna ma-
              nera y en ese preciso momento. Ya habría tiempo para el
              análisis de fondo y en perspectiva.
                  —Si la gente estaba viendo los hechos por televi-
              sión y además, los estaba viviendo y sufriendo, ¿cómo
              podían competir los periodistas de los medios impresos
              con los audiovisuales o radioeléctricos?
                  —Cuando salió al mercado la hoy omnipresente «caja
              mágica», o «huésped alienante», como lo bautizó mi profe-
              sora Marta Colomina durante sus ya olvidados tiempos de
              «ñángara», se dijo que la televisión terminaría por acabar
              con los periódicos, o por lo menos que los relegaría a un le-
              jano segundo plano. Eso ni lejanamente ha ocurrido. Más
              aún, los diarios y revistas se multiplican en nuestro país

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