Page 365 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera
redactara un testamento. Solo pensaba en que quizás no
volvería a ver a mis hijos, a mi esposa, a mis padres y her-
manos. Fue después, cuando había garabateado un par de
páginas de la libreta, cuando comencé, casi por reflejo,
a reseñar lo que pasaba en mi alrededor. Incluso, anoté en
la portada de la libreta mi nombre completo, profesión,
cédula de identidad y, destacada con letras más grandes y
remarcadas, la frase: «Favor entregar al jefe de redacción
del diario El Nacional». No es una exageración lo que te
digo. Temía realmente que en cualquier momento subiera
alguien por la escalera, «del Gobierno o de la revolución»,
que me dispararía primero y averiguaría después.
Si tomar aquellas notas y registrar mentalmente los
acontecimientos fue el imperio de la vocación sobre el
miedo, no lo sé. Solo puedo decirte que lo único que
realmente he hecho medianamente bien en la vida es
informar. Ah, por cierto, aún conservo la libreta.
—¿Qué pasaba, por aquellos días, con los esquemas
del periodismo convencional, objetivo? ¿Eran sufi-
cientes para expresar y comunicar lo que acontecía?
—Creo que la polémica de la objetividad en el perio-
dismo fue superada hace ya muchos años, aunque no falte
por allí algún recalcitrante. No hay nada menos objetivo,
en el sentido lato de la palabra, que el periodismo. De
hecho, en el mismo momento cuando decidimos hacernos
periodistas estamos tomando partido por una forma de
ver el mundo, quizás un poco romántica y altruista,
pero «comprometida». Somos, se nos dice en la escuela,
agentes del cambio social, con mayúsculas. En todo
caso, ¿existe realmente la objetividad en alguna actua-
ción del ser humano? ¿Objetividad y neutralidad son di-
ferentes, similares o la misma cosa? Pienso que uno puede
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