Page 355 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera
a esa estación de servicio. Le volví a ver cuando todo se
normalizó y le pregunté dónde se había metido en esos
días. Me empezó a contar emocionado que había «estado
en los saqueos». Fue cuando se me ocurrió la idea de en-
trevistarlo. La única forma de convencerlo fue prometién-
dole que no pondría su nombre ni le tomaríamos fotos,
aunque aceptó que utilizara una grabadora. El muchacho
residía en el barrio La Charneca, pero la entrevista la hi-
cimos en una casa de San Agustín del Sur, donde se reu-
nieron un grupo de amigos que aportaron muchos de los
testimonios allí escritos. Es decir, en realidad no fue un
monólogo sino el testimonio de varias personas llevado a
monólogo. Ahora me pregunto si hubiese sido más honesto
haber aclarado eso en el libro.
—Registras en el reportaje el caso de unos turistas
que se detienen a tomar fotos con las barricadas detrás.
El hecho resulta humorístico, cómico, en medio de la
tragedia que se vivía. ¿Se daba lo tragicómico con fre-
cuencia en el Caracazo?
—Dentro de lo cruel que resultó todo, sí. Yo fui tes-
tigo de varias de estas situaciones, como la de una mujer
gorda y voluminosa que en Antímano cargaba al hombro
una pierna de cochino y cuando vio que se acercaban unos
policías comenzó a gritarles «¡El pueblo tiene hambre!».
Uno de los agentes, chiquito y esmirriado, le respondió
«¿Hambre tú? Hambre estoy pasando yo que se me ven
las costillas», mientras le daba un planazo por las nalgas
y la dejaba huir corriendo con su pernil cerro arriba, ante
las risotadas de sus compañeros. O cuando una joven que
saqueaba una fábrica de pastas en la misma zona se topó
de frente con el colega Roberto Giusti y soltando la mer-
cancía le preguntó: «¿Señor, usted es el dueño?». Ante la
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