Page 324 - Fricción y realidad en el Caracazo
P. 324

ficción y realidad en el caracazo


            agresividad, pero era posible observar unos pocos hom-
            bros relajados y una que otra mirada pacífica en la calle,
            desde el 27 de febrero todo el mundo anda a la espera de
            que ocurra otra vez un imprevisto y se tiene la misma sen-
            sación de forma parte de un rebaño de herbívoros, inquietos
            por la proximidad de los felinos. Antes, una pequeña ex-
            plosión, el grito de una alarma de automóvil o de local co-
            mercial rompía el bullicio cotidiano y todos seguían como
            si nada, asumiendo la actitud eso no es conmigo. Ahora, un
            frenazo, un ruido medio inclasificable o un epa, vale de
            sesenta decibeles para arriba suscita prisas, ojos saltones,
            carreras y hasta pechos a tierra.
                En poco menos de un mes, los habitantes de Caracas
            desarrollamos una psicosis de guerra, un segundo sistema
            nervioso que como una especie de ropa íntima, recubre
            nuestra piel. Desde que ocurrió lo que ocurrió, esto es,
            cayó sobre la capital la bomba «solo mata espíritus», no
            ha habido normalidad en ella y tal situación se ha ma-
            nifestado en que casi no se han realizado bonches —los
            que cumplimos años en estas fechas nos hemos confor-
            mado con tortas semiclandestinas—, se ha amortiguado
            la echonería metropolitana y, en su lugar, se ha establecido
            un como estado de emergencia en el que casi nadie quiere
            salir de noche, reunirse con las amistades o siquiera poner
            el equipo de sonido a todo volumen. Es como si el virus
            del sida hubiera decretado un toque de queda informal.
                Alguien me comentó hace dos noches que esa atmós-
            fera no es otra cosa sino el fruto de la concertación, lógica
            después de los conciertos de plomo que oímos en el inmenso
            Teresa Carreño que fue nuestra ciudad y, pensándolo bien,
            como que hay que darle la razón.



                                      324
   319   320   321   322   323   324   325   326   327   328   329