Page 319 - Fricción y realidad en el Caracazo
P. 319
earle herrera
otro lado, el toque de queda estaba a minutos de comenzar
y solo podría regresar al periódico caminando, lo que impli-
caba recorrer muchas cuadras de cerrada balacera.
Pregunté a varios compañeros de infortunio, tan
azarados como yo, sobre una ruta alterna para llegar al
edificio. La que me presentaron como más segura con-
templaba subir por una precaria caminería entre ranchos
destartalados hasta el fondo del sector y luego atravesar
toda el área de edificios. Precisamente el área tomada por
los francotiradores civiles.
CARRERA ENTRE BALAS
Hasta ese momento, puedo asegurarlo, nunca antes había
sentido verdaderamente el miedo. No temor lógico ante una
situación peligrosa. Ni desasosiego ante hechos que descon-
ciertan. miedo, con mayúsculas. Certeza plena de que la
vida pende de un hilo. Esa fue la primera vez que lo sentí.
Lamentablemente, pocas horas más tarde el miedo volvería
a apoderarse de mí, aun con más intensidad.
Una vez ubicada la ruta, solo me quedó echar a correr.
Lo hice con desesperación, sin sentir el mínimo cansancio
y mirando en todas direcciones, donde adivinaba el negro
cañón de un arma apuntándome a punto de disparar.
Buena parte del trayecto lo hice más o menos pro-
tegido por muros o arbustos, pero el último tramo (unos
cien metros aproximadamente) debía hacerlo a campo
abierto. Fue entonces cuando sentí las balas silbar casi en
mis oídos. A mi izquierda, en un estacionamiento cercano,
vi de reojo un cuerpo tendido. Luego me enteraría que era
319