Page 314 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo
y comentar. Hasta que pasó el primer muchacho con
un montón de «pepitos» y varias bolsas de pan para
perros calientes.
—¿Y eso de dónde lo sacaste, carajito? —le pregun-
taron unas mujeres— y él contestó que «de unos camiones
que abrieron allá abajo». Ahí se le quitó el miedo a todo el
mundo y hasta yo bajé corriendo cuando vi a ese montón
de gente subiendo toda clase de comida. Los chamos arras-
traban cajas de refrescos, de esos de dos litros. Traían pan,
espaguetis, chucherías, jugos y hasta pastillas de frenos.
Corrí duro, pero cuando llegué ya no quedaba nada, la
policía daba plan y los carros se estaban devolviendo. Me
metí las manos en el bolsillo y caminé como si nada. En-
tonces vi un poco de humo y un motorizado me dijo que
en la Bolívar le estaban metiendo candela a los autobuses.
Llegué hasta Parque Central por el Paseo Vargas y
vi los autobuses prendidos. Por el Nuevo Circo se escu-
chaban tiros y en la Lecuna todo el mundo corría. Me
conseguí a un poco de gente del barrio que estaba metida
en la vaina. En la calle todo era fácil y la gente se dedicaba
al saqueo. No volví a la casa hasta bien tarde en la noche,
cuando me acordé que en la mañana había amanecido con
dolor de cabeza.
Pensé que mi vieja se iba a contentar al ver lo que lle-
vaba; pero qué va, se puso peor y me formó un zaperoco:
—¡Eso sí que no! ¡Aquí no quiero ladrones! —gritó—
y me ordenó que sacara ese televisor de ahí, porque ella se
conformaba con el que tenía. «Ese», me dijo, «lo compró
tu papá con el sudor de su frente».
Pero después se calmó y con la comida no puso reparos.
Decía que Dios perdona al que roba por hambre, mientras
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