Page 326 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo


            41! ¡Más arribita hay de 21 pulgadas! ¡Allí no vale la pena
            porque es todo nacional! En el fondo lo que hemos venido
            oyendo en estos últimos quince años, solo que más alto y
            más de prisa. Pero el estupor estuvo en esas primeras vein-
            ticuatro horas. Nunca, que yo recuerde, en toda mi vida,
            me he sentido tan real, tan habitante de una ciudad real,
            tan alejado de ese país que siempre hemos debido ser y que
            avanza  paralelo  al país  que con franqueza somos. Creo
            que allí está la explicación de eso que se ha convenido en
            denominar una ausencia de liderazgo, en los sucesos que
            describe este libro, ese no encontrar un político ni para
            un remedio, precisamente el día donde eran oportunos,
            donde podíamos entendernos por primera vez en muchos
            años. No es cierto que el 27 de febrero es el comienzo de
            un nuevo país. Muy por el contrario, creo que es una de las
            escasísimas veces donde los venezolanos nos hemos atre-
            vido a ser como somos y sería demasiado pedirle a un di-
            rigente político ese lenguaje que reclamaba la hora y el
            momento en una ciudad decidida al saqueo.
                Simplemente, no estaban. En realidad, no había nadie
            que encarnara un cierto espíritu consejero, nadie que di-
            jera qué feo te ves, compatriota, con ese cuarto de res en
            la espalda, como un colgajo vergonzante. Solo faltaba una
            decidida mirada a la cámara y decir limpiamente: ¡estoy
            robándome estos cincuenta kilos de carne! ¿Y qué me vas
            a decir, bolsa?
                Fue el sueño de una noche de verano, tal como esa
            tradición europea del solsticio, es decir, la noche de las
            apetencias, donde se suspende el buen juicio social y por
            una cuantas horas los suecos se atreven a embochincharse,
            si ha de creerle uno al amargado de Strindberg.



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