Page 27 - El Reportaje, el ensayo
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El reportaje, el ensayo
                              qp Earle Herrera
             el antroPoide y el Hombre

             La polémica es vieja. Con la profesionalización del periodismo, su en-
             trada como carrera en las aulas universi tarias, su perfilamiento como
             disciplina autónoma, las respuestas de los periodistas no se hicieron
             esperar. Si los literatos cayeron en generalizaciones con sus críticas y
             sátiras, algo parecido sucedió del lado opuesto. Los literatos estarían
             divorciados de la realidad, en las nebulosas, ajenos al mundo cotidiano,
             encerrados en su torre de marfil y creyéndose el ombligo del mundo.
             Sus obras estarían destinadas a la evasión y a crear mundos imagina-
             rios, extraños por completo a la vida real. Su problema era la forma,
             no el contenido. Ponían énfasis no en lo que escribían sino en cómo
             lo escribían. De esta manera, su arte devenía gratuito y terminaba por
             morderse la cola como una serpiente.
               Llevada a estos extremos, la polémica a nada conduci ría y no be-
             neficiaría ni al periodismo ni a la literatura. El español Manuel Bueno
             la resume, con marcada ironía, en estos términos:


               Hay, sin duda, entre el periodista y el literato los mismos vínculos
               de consanguinidad que unen, según Linneo y Huxley, el gran antro-
               poide con el hombre. Lo que no me atrevo a sostener, por la fragi-
               lidad de mi experiencia sobre la materia, es el orden de categorías.
               Sin embargo, el arranque de un tronco familiar común es evidente.
               No importa que el periodista y el literato se hostilicen en la vida,
               con una malevolencia que no ha puesto nunca el primate de la selva
               en sus desacuerdos con el primate urbano. Ese sentimiento de aver-
               sión hipócrita es una prueba más de la identidad del origen. En las
               redacciones de los periódicos, cuando asoma un escritor con ideas,
               un poco culto y dotado de cierta pulcritud de léxico, suele decirse
               de él con una reticencia desdeñosa: es un literato. Luego, andando
               el tiempo, cuando aquel escritor ha contraído cierta anquilosis men-
               tal que le cohíbe para ver el espectáculo vario del universo, cuando
               su pensamiento tropieza espontáneamente con el tópico y la frase
               hecha, y avillana de todo el estilo con la descripción sistemática de


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